Cada vez se presta más atención a la inteligencia emocional y a su importancia en el desarrollo y la educación de niños y niñas. Esto es así porque se ha demostrado que el bienestar psicológico de las personas emocionalmente inteligentes es mayor, al igual que su rendimiento escolar, ya que saben manejar mejor el estrés.
La inteligencia emocional es la “habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Solovey, 1995). Las competencias emocionales abarcan varias áreas: habilidades para la vida y el bienestar emocional, habilidades socio-emocionales, autonomía, regulación y conciencia emocional (Bisquerra et al, 2012).
Los tres primeros años son claves
Ya desde bebés nacemos con la capacidad de crear vínculos: el llanto, la succión, las sonrisas reflejas, el balbuceo o la necesidad de ser acunado persiguen principalmente apegarse con las personas cuidadoras. El contacto físico positivo es la base del apego con los y las pequeñas.
Podría decirse que las personas adultas somos el primer juguete del bebé. Cantar, sonreír, tocar, abrazar, besar, acunar y mecer son elementos de juego y también medios para crear un vínculo de apego. Estos primeros juegos son el origen de la inteligencia emocional y se relacionan con la curiosidad, la emoción, la recompensa y el placer.
Es durante los primeros tres años de vida cuando el cerebro desarrolla el 90% del tamaño que tendrá de adulto y asienta las estructuras de su funcionamiento emocional, conductual, social y fisiológico para el resto de la vida.
Juego e inteligencia emocional
Con el juego, el niño o la niña se reta a sí misma, prueba sus capacidades y eso le produce emociones de satisfacción o de frustración que a base de experimentarlas irá aprendiendo a gestionar. Este aprendizaje se desarrolla también a través del juego simbólico o de imitación. ¿Cuál es su ventaja? El juego permite dar salida a sentimientos que en la realidad serían reprimidos: envidia, tristeza, celos, miedo, etc.
Además, durante el juego las emociones no dominan a niñas y niños sino que pueden revivir esas experiencias siendo ellas y ellos quienes las controlen. Así, pueden minimizarse los miedos sociales, al ridículo, al rechazo a hablar en público, etc. cuando se ponen a prueba.
Jugar permite:
- Identificar sus propias emociones.
- Aprender a aumentar la tolerancia a la frustración.
- Favorecer la reflexión sobre sus sentimientos.
- Controlar la impulsividad y la autogestión de sus estados emocionales.
- Conocerse a sí mismos y a los demás.
- Asentar una buena autoestima.
Sin olvidar que también favorece reírse de uno/a mismo/a, fomenta el sentido del humor y potencia las emociones positivas.
¿Os parece importante trabajar las emociones con niños y niñas, y ayudarles a desarrollar una buena autoestima?
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